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Pasó una semana desde San Valentín, en la ciudad ya no se
ven ramos de rosas, en las pastelerías las tortas vuelven a tener forma
circular dejando atrás los moldes de corazones y a diferencia de Navidad donde
uno guarda el arbolito, el amor no cabe en una caja. El amor vuelve a lo
simple, lo cotidiano y a lo que cada día se está perdiendo más producto de la
vida que llevamos.
Acostumbrados a una inmediatez la vida moderna nos brinda
una infinidad de apps para nuestros celulares donde pedir comida, sea rápida o
gourmet, estará en nuestra puerta con solo tocar nuestras pantallas y por si
esto fuese poco la Ciudad Autónoma de Buenos Aires esta atestada de restaurantes
para satisfacer incluso los paladares más audaces lo que hace que el comer no
tenga que ser un problema sino una decisión sobre cuál de todas nuestras
opciones elegimos. Lamentablemente por las mismas razones cada día se cocina
menos pese a tener a nuestra disposición una ingente cantidad de información de
la mano de YouTube, libros o programas de televisión.
Como gastronómico es
ir en contra de los míos con estas declaraciones, pero como cocinero es
entender que dar de comer puede ser un acto de amor tan grande como los
arreglos florales que hemos visto circular, es una entrega absoluta de nuestro
tiempo y nuestra atención a las pequeñas cosas que pueden conllevar el compartir con la persona que amas un plato de
comida sin siquiera ser su favorito, sino el pensar para otra persona que
ingredientes le disgustan o cuales son de su agrado. El cocinar es dar amor de
la forma más básica, desde nuestras madres cuando éramos bebés, hasta nuestras
abuelas dándonos esas comidas tradicionales con horas y horas de cocción para
que toda la familia se pudiese reunir a compartir, pero cuando pensamos en
nuestras parejas pese al amor que se tenga nos es más fácil pedir comida o
salir.
Los invito a que se tomen el tiempo así como en San Valentín
de pensar en la persona que tienen al lado, de sorprenderlos con algo nuevo, de
darles el gusto, de poner una música agradable y dejarse llevar en la cocina,
equivocarse también es parte y parte importante en aprender a cocinar esas
recetas que el día de mañana pueden ser la tradición familiar en sus casas.
Agarren la sartén por el mango y cocinen lo que les nazca de adentro, del
hambre o del corazón y al dar amor con sus platos recuerden siempre que ¡El que
cocina no lava!