miércoles, 1 de julio de 2015

Orquideas



Bordeaux la ciudad al suroeste de Francia despertaba, los candidos rayos del sol se alzaban lentamente por sobre el Golfo de Vizcaya abrazábando lentamente la gran urbe que se había ganado el apodo de "La Ciudad Durmiente" cuya ironía todavía le hacía gracia a nuestro joven monje que, al ser iluminado con un sinfin de colores provenientes del hermoso vitraux de la Catedral de San Andrés, le daba a entender como en cada mañana que sus oraciones estaban por acabar.


La vida en una iglesia podía parecer monótona y sin sentido para los ojos ajenos, pero sentía que sus rezos eran aceptados y que la gracia divina estaba presente en él con aquel calor sobre sus hombros. Como cada mañana solía ingerir un poco de pan y con tan solo una taza de té se sentía satisfecho como para salir de la catedral y tomaba una bicicleta de la ciudad dispuestas en las distintas estaciones para impulsar el transporte más sano. Él era un ciclista experimentado y a pesar de su trabajo más bien intelectual no dejaba de recorrer la ciudad y sus viñedos en busca de alguien que necesitara de ayuda física o espiritual.
Así cruzó el rio Garona alejándose de una ciudad que aún remoloneaba con sus negocios aún cerrados, esta época del año le fascinaba, la naturaleza poco a poco ganaba terreno y la flora se hacía más exuberante y bella sus vividos colores eran la paleta cromática de la vida. Solía observar con atención toda esta magnificencia que lo deslumbraba hasta que toda su atención fue robada por una exótica orquídea. Ahí estaba pavoneándose de sus pétalos irguiéndose entre la maleza, como el monje, buscando el sol de la mañana.

Su estudio favorito siempre había sido el religioso pero su curiosidad lo había llevado por distintos campos entre ellos la botánica pero esta pequeña flor lo tenía anonadado, la desconocía completamente, así que intentó con un lapiz y un papel dibujarla para así poder investigarla y dar con el nombre de tan bella y misteriosa flor. Tomó su bicicleta nuevamente y se dirigió hacia la biblioteca más imponente que conocía, la Saint Michel, donde seguramente encontraría alguna información. 

Con la ciudad ya en pleno funcionamiento el tráfico parecía estorbarle entre su objetivo y él, al llegar pidió un libro de botánica especificando que buscaría orquídeas y tras esperar unos minutos el bibliotecario le dió varios tomos señalandole unas mesas para el estudio le dio las gracias y se sentó a leer. 

Ojeó y ojeó cotejando su dibujo con los centenares de ejemplos que aquellos libros tan completos tenían para ofrecerle y casi hacia el final del segundo libro la encontró solo que para su desgracia figuraba junto a otras tantas como un grupo de no identificadas. Aquel tomo solo pudo saciar parcialmente su interes con una pequeña nota al pie que rezaba 





"Éstas variedades imitaban a abejas para la polinización transfiriendo su polen a éstas al mimetizar las abejas hembra de la especie. Lamentablemente es un grupo cuyas abejas macho se extinguieron hace tiempo atrás y estos tipos de orquideas recurren a la autopolinización como último recurso intentando evitar lo inevitable"

Cerró el libro disgustado, lo devolvió y decidió volver a la Catedral a continuar con sus labores dentro de la iglesia. Comió a desgano y durmió mucho peor pensando en aquella flor, la quería ir a visitar nuevamente y no podía esperar. Comenzó a divagar, ¿hacía cuánto que éstas flores estaban en peligro de extinción? se imaginaba caballeros con brillantes armaduras blandiendo espadas y armas en campos de batalla sin darse cuenta que con su furia bélica lo estaban destruyendo todo, llenando los campos con muerte y las flores con sangre... no pudo seguir pensándolo más, era de noche y lo sabía pero eso no le impidió retomar los pasos del día anterior y buscar su flor el único recuerdo de una abeja extinta pintada como un oleo en los petalos de una flor moribunda.

Para su desgracia al llegar al lugar no la vio por ningún lado, revisó minuciosamente con su linterna cada centímetro pero al cabo de una hora de intensa búsqueda se rindió. Tomó el dibujo que llevaba en uno de sus bolsillos y mirándola dijo —Orquidea, recordaré a tu abeja y te recordaré a ti.— De sus ropas sacó su biblia y tomó este pequeño tesoro propio guardándolo dentro de su biblia y volviendola a poner al lado de su corazón.